Muchas niñas, una vida cuenta la historia de Ángela (nombre ficticio a petición de la escritora), una joven estudiante que escapó del mundo vertiginoso de las drogas y el alcohol, flagelos tan frecuentes en la vida moderna. La historia la cuenta su madre, una mujer amorosa y trabajadora que supo cómo hacer que su hija saliera del círculo de drogas, redes y prostitución en el que se encontraba. Una historia de Amor entre madre e hija para salvar una pequeña de la prostitución.
Capítulo 1:
El Amanecer de una Lucha
El sol comenzaba a asomarse tímidamente sobre el horizonte. Ángela despertó en su pequeña habitación con los primeros rayos de luz filtrándose a través de las cortinas desgastadas. Se frotó los ojos, intentando sacudirse la pesadez del sueño y el recuerdo de la noche anterior.
Con paso cansado, se dirigió hacia el baño, y mientras se miraba en el espejo, encontró una versión desmejorada de sí misma. El reflejo le devolvía ojeras de panda y una mirada perdida, un recordatorio constante de las sombras que aún la acechaban. Sus manos temblorosas abrieron el grifo y dejaron que el agua fría se derramara sobre su rostro, una sensación punzante que la hacía sentir más muerta que viva.
Bajando las escaleras, encontró a su madre, Carmen, preparando el desayuno en la modesta cocina. Carmen era una mujer fuerte y decidida, con un aura de serenidad que contrastaba con la turbulencia que había envuelto la vida de su hija. Sus ojos brillantes y cálidos se encontraron con los de Ángela, transmitiéndole amor y esperanza en cada mirada.
«Muy buenos días, mi amor», saludó Carmen con una sonrisa tierna mientras colocaba un plato de frutas frescas sobre la mesa. Quería reprenderla por haber estado bebiendo de nuevo, por no controlar sus impulsos de adolescente. Quería sacudirla y mostrarle lo mal que se veía, lo mal que se sentía ella cada vez que sentía que volvía tarde a casa… pero no serviría de nada. En su lugar, extendió dos platos para el desayuno y se sentó con ella.
Ángela asintió débilmente; sus pensamientos aún nublados por la tristeza y los recuerdos oscuros que se aferraban a su mente. Tomó asiento y comenzó a comer en silencio, sintiendo el sabor dulce y refrescante de las frutas llenando su boca, un destello de vitalidad en medio de la amargura que la rodeaba.
Ángela se dirigió a la universidad, caminando por las calles de la ciudad con la cabeza baja y los hombros encorvados. A medida que avanzaba, se encontró con un grupo de amigos que compartían su misma carga de problemas y anhelos de escape. En su compañía, la realidad se desvanecía momentáneamente y la sensación de pertenencia inundaba sus pensamientos.
Juntos, buscarían refugio en el bullicio de los bares cercanos a la universidad. El aire estaría cargado de risas forzadas y conversaciones vacías, mientras Ángela intentaría perderse en la multitud y deshacerse de los pensamientos que la acosaban, de sí misma. Las bebidas fluirían y las voces se elevarían en un intento desesperado de ahogar las inseguridades y las sombras que se cernían sobre ellos. Así cada noche, una tras otra, en una rutina de placer y desenfreno que acabaría invariablemente en la monotonía de una vida placentera pero vacía.
Horas más tarde, cuando la noche comenzaba a caer y los destellos de luces de neón se reflejaban en los rostros cansados de los jóvenes, Ángela se encontraba inmersa en una vorágine de emociones. El alcohol, esa falsa promesa de liberación, le brindaba momentáneas ilusiones de escape, pero también la arrastraba hacia un abismo más oscuro.
En medio de la algarabía, Ángela alzó su vaso, sintiendo cómo sus dedos se aferraban al borde, mientras el contenido se deslizaba por su garganta. Cada trago era un intento desesperado de llenar el vacío que la consumía, de olvidar los miedos y las penas que la acechaban sin descanso.
En ese instante, Ángela levantó la mirada y vio a su madre en su mente, una imagen de fuerza y amor incondicional. Las palabras de aliento resonaron en su cabeza, recordándole que había una salida, que había una vida más allá de las sombras. El vaso tembló en su mano, y con un último trago, Ángela cerró los ojos, sintiendo el amargo sabor del arrepentimiento.
La noche se extendió y las risas se desvanecieron en la distancia, mientras Ángela regresaba a casa, caminando por calles silenciosas y oscuras. Con cada paso, la certeza crecía en su interior: no podía seguir así, no podía permitir que su vida se consumiera entre vicios y sexo vacío.
Esa noche, en la penumbra de su habitación, Ángela se arropó con la manta y cerró los ojos, prometiéndose a sí misma que buscaría una salida, que lucharía por una vida mejor. Y mientras el sueño se adueñaba de su agotado cuerpo, Carmen, su madre, rezaba en silencio por la fortaleza de su hija, por el renacimiento de su espíritu.
El primer día de la antigua vida de Ángela había concluido, dejando en su estela una chispa de esperanza que lucharía por mantenerse viva en medio de la tormenta. Era el comienzo de una historia de amor entre madre e hija, una lucha conjunta para rescatar a una pequeña niña perdida en el abismo de la prostitución y encontrar la luz en medio de la oscuridad…
Capítulo 2:
El Amor de una Madre
El primer día de la antigua vida de Ángela había concluido…
Sigue leyendo y apoya a personas que se sienten solas
Hazte socio y ayúdanos a escribir más historias de personas que se sienten solas. Con tu donación, escribiremos más libros y ayudaremos a más personas